Esta es la historia de una sorprendente entidad financiera, un banco cooperativo. Es una historia muy apropiada para los tiempos que vivimos. Es una historia que habla de necesidad, innovación, cooperación y esperanza. Como toda historia que se precie, hay malos [los bancos], hay buenos [la sociedad civil, aquí representada por unos pocos empresarios] y también una moraleja: otro mundo es posible, amigos. Siempre.
Erase una vez que se era…
Erase una vez que se era, en un país no tan lejano, durante una crisis similar a la que vivimos, dieciséis hombres de negocio, empresarios de los más diversos sectores de actividad, que se reunieron para hablar de lo que podían hacer por ellos mismos para resolver los problemas que les acuciaban. Como ocurre ahora, ellos, o sus clientes o proveedores, se estaban encontrando con un endurecimiento de las condiciones del crédito que les estaba condenando a la bancarrota.
Hablando entre ellos, fueron conscientes de que el dinero que «A» necesitaba, lo requería para poder comprar a «B» un componente, mientras que «B», a su vez, lo necesitaba para adquirir materias primas de «C» o «D». Decidieron crear un sistema de crédito mutuo: cuando uno compraba algo a otro, se anotaba en su cuenta un «débito», mientras que al vendedor se le anotaba el correspondiente «crédito». Lo bueno es que cualquier otro miembro de la red daría por bueno ese crédito en una transacción comercial. Ese crédito era tan bueno como el dinero que tanto escaseaba.
En pocas palabras, crearon su propia moneda, «virtual», con exactamente el mismo valor que la moneda «real» utilizada en su país. A medida que más y más empresas se unían al esquema de crédito ‘inter-pares’, más robusta era la red y más útil para sus miembros.
Por supuesto, los bancos de aquel país se pusieron muy, muy nerviosos. Desplegaron una tremenda, costosísima campaña de relaciones públicas para hundir esta iniciativa. Gracias a Dios, al Buda o simplemente al puro sentido común, no lo consiguieron. Aquel núcleo inicial, en rápido crecimiento, de empresas que confiaban unas en otras, se constituyó en un banco cooperativo, [hasta donde sé] el primero de la Historia del capitalismo. También [hasta donde sé], probablemente, el primer banco non-profit del que se tiene noticia. Pronto los participantes en el sistema pudieron solicitar préstamos a tipos de interés del 1 al 1,5%, que se avalaban bien con inventario de producto, bien con la participación de otro miembro de la red. Con el tiempo, el sistema creció hasta englobar a la cuarta parte del empresariado del país.
Esta historia es real, amigos. El país era Suiza, el año 1934, la iniciativa, el WIR Bank, inicialmente llamado Swiss Economic Circle. Y tiene más miga de la que parece: sesenta y cinco años después de su fundación, un profesor estadounidense llamado James Stodder de la Rensselaer University realizó un estudio econométrico que [de]mostró que la legendaria estabilidad económica del país se fundamenta en la existencia de esta moneda virtual, este sistema de crédito entre empresas que funciona en paralelo, complementando al sistema financiero suizo. Cuando el crédito se encarece o endurece, el volumen de intercambios entre los participantes del WIR Bank se dispara, reduciendo el impacto de la falta de liquidez y su traducción en despidos y cierres de empresas.
Desde un punto de vista sistémico, el sistema paralelo de crédito entre empresas actúa como elemento compensador, anticíclico, estabilizador de la economía ‘real’. Cuando ésta vuelve a ser favorable, la actividad del mercado paralelo de crédito disminuye.
Da que pensar, ¿no es cierto?
[Vía Delta Institute, vía Bernard Lietaer, extraído de su artículo Options for Managing a Systemic Bank Crisis]
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